Foto cortesía de Paul Bica |
En
momentos de desesperación, no importa lo que creamos, todos pedimos ayuda a
alguien o algo en forma de oración. Quizás lo hacemos buscando alivio de una
migraña, para ser elegidos en una posición laboral, o quizás rezamos para
encontrar la sabiduría necesaria para guiar a nuestro hijo en tiempos
difíciles. Tal vez solamente
susurramos, “por favor, por favor,” y sentimos que le estamos pidiendo ayuda al “universo.” Cuando nos sentimos
desconectados y tenemos miedo, anhelamos el confort y la paz que viene de saber
que pertenecemos a algo más grande y más poderoso. Sin embargo, ¿exactamente a quién le estamos orando?
Yo crecí en la Iglesia Unitaria, y recuerdo
como solíamos hacer chistes y nos preguntábamos a quién teníamos que dirigir
nuestras oraciones, quizás “A quien corresponda.” Los que seguimos el camino del
Buda tal vez deberíamos hacernos
la misma pregunta. Aquellos que estudian el Budismo por lo general
relacionan la acción de orar con los cristianos y otras religiones cuyo centro
es Dios. Implorar a alguien o algo
más grande que nuestro pequeño y temeroso ser parece reforzar la noción de un
ser separado y que desea pedir. Sin embargo, mientras que la oración sugiere un
dualismo entre el yo y otro. En mi experiencia, el hecho de habitar plenamente
nuestro deseo, nos puede llevar a una tierna y piadosa presencia, que resulta ser nuestra
propia naturaleza iluminada.
Hace unos años yo
tuve una decepción amorosa. Me había enamorado de un hombre que vivía a 2000
millas de distancia, al otro lado del país. A raíz de las diferencias que
existían con respecto al tipo de familia que queríamos tener y donde queríamos
vivir, decidimos terminar la relación. La pérdida fue devastadora. Por varias semanas
yo vivía obsesionada con él; lloraba y sentía una tremenda pena. Dejé de
escuchar la radio porque las canciones de rock me llevaban a las lágrimas.
Evitaba las películas románticas. Casi ni hablaba con mis amigos sobre él
porque con el solo hecho de decir su nombre en voz alta, la herida volvía a
abrirse.
Acepté el proceso
de duelo el primer mes pero, a medida que pasaba el tiempo, me comencé a sentir avergonzada de
tener un sentimiento de desolación tan grande y dominante. Además, sentía que había
algo malo en sentirme tan destruida. El seguía con su vida, salía con otras
mujeres. ¿Por qué yo no podía hacer lo mismo? Intenté
despertarme de las historias que yo había creado. Traté conscientemente
de dejar que el dolor pasara, pero yo permanecía prisionera de sentimientos de anhelo
y pérdida. Me sentía más insoportablemente sola de lo que nunca me había
sentido.
En el cuarto donde
yo practico meditación, tengo una pintura de un pergamino tibetano (llamado
thanka) de la bodhisattva de compasión. Conocida como Tara en el Tíbet y Kwan Yin en China, ella es
la encarnación de la curación y la compasión. Se dice que Kwan Yin oye los gemidos de este mundo que sufre
y responde con un corazón tembloroso. Una mañana, después de un mes de mi
colapso emocional, al sentarme en frente del thanka , comencé a orar al Kwan
Yin. Me sentí aplastada e inútil.
Las palabras de Rilke resonaban en mi cabeza profundamente:
“Deseo con todo mi corazón que me sostengas en las grandes manos de tu corazón. Oh deja que me lleven ahora. En ellas deposito estos fragmentos, mi vida……..”
Yo quería ser
sostenida por el abrazo compasivo de Kwan Yin.
Por unos días le oré
a Kwan Yin y realmente encontré algo de confort al sentir su presencia. Pero
una mañana llegué a mi límite. ¿Qué estaba yo haciendo? Mi continuo ritual de sentir dolor y
orar y llorar y detestar mi sufrimiento no me estaba conduciendo a una
curación. De repente, Kwan Yin me
pareció una idea que yo había creado para encontrar alivio. Y aun así, sin tenerla
a ella como un refugio, me encontraba sin nadie a quien acudir, nada en que
sostenerme, sin salida de este pozo vacío de dolor. Lo que era más intolerable
era que el sufrimiento parecía interminable y sin propósito alguno.
Aunque parecía otra noción idealista,
recordé que a veces, en mi práctica budista, yo había experimentado con el
sufrimiento como la puerta al despertar de mi corazón. Recordé que cuando yo había permanecido presente con el
dolor en el pasado, sin duda algo había cambiado. Me encontraba más abierta
a una conciencia plena y bondadosa.
Es entonces que me di cuenta de que necesitaba dejar de luchar contra mi
pena y mi soledad, sin importarme
lo horrible que me estaba sintiendo o por cuánto tiempo más iba a continuar.
Solo al experimentar el dolor plenamente podría entregarle “estos fragmentos de
mi vida” a la infinita compasión de Kwan Yin.
Recordé la
aspiración del bodhisattva: “Que este sufrimiento sirva para despertar
compasión” y comencé a susurrarlo con mi voz interior. Al repetir esa oración
una y otra vez, podía sentir que mi voz interior perdía desesperación, era más
sincera. Yo oraba no por alivio,
sino por la curación y la libertad que naturalmente aparece cuando nos abrimos
a los lugares heridos y rotos dentro de nosotros. Fue en el momento en que me
dejé penetrar en oración a esa profundidad de sufrimiento que el cambio
comenzó.
Ahora yo apenas podía tolerar el intenso dolor de la
separación. No anhelaba una persona en particular, lo que anhelaba era el amor.
Deseaba pertenecer a algo más grande que mi soledad. Cuanto más podía sentir el
vacío que me carcomía, en vez de resistirlo o luchar contra él, más
profundamente me abría a mi deseo de mi amado. Al estar inmersa en ese deseo,
la dulce presencia de la compasión se manifestó. En forma muy clara pude percibir a Kwan Yin como un campo
radiante de compasión abrigando mi
ser herido y vulnerable. Al entregarme a su presencia, mi cuerpo comenzó a
llenarse de luz. Yo vibraba con un amor que cubría el mundo entero –
cubría mi respiración, el cantar
de los pájaros, la humedad de las lágrimas y el cielo infinito. Disolviéndome
en esa cálida y brillante inmensidad, yo ya no sentía ninguna distinción entre
mi corazón y el corazón de Kwan Yin. Lo único que restaba era una enorme
ternura con un tinte de tristeza. El
Ser Amado compasivo al que había estado buscando “afuera” era en realidad mi propio ser iluminado.
© Tara Brach
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Traducción del inglés Praying From Presence Part I