Cada semana, espero que estas simples palabras les ayuden a encontrar paz y felicidad. Ya sea que vayan enfrentando sus temores, alivien el estrés y la ansiedad o lleguen a un punto de aceptación radical de uno mismo,
les ofrezco un espacio en el cual puedan tomar una pausa, respirar profundamente y fortalecer corazón y alma.
Bendiciones,
Tara

lunes, 27 de enero de 2014

Alegría poco frecuente y preciada




Cuando hablo con la gente acerca de cuánto experimentan la alegría, la mayoría dice, “No tanto”. La alegría no es un visitante frecuente, y cuando aparece, es fugaz.

La alegría surge cuando estamos abiertos a la belleza y al sufrimiento inherentes a la vida. Como un gran cielo que incluye todos los diferentes tipos de clima, la alegría es una cualidad expansiva de presencia. Dice “Sí a la vida, pase lo que pase!”. Sin embargo, su escasa frecuencia nos permite conocer nuestra postura más habitual: resistir lo que está sucediendo, decir “No” a la vida que está aquí y ahora. Tendemos a anular nuestra capacidad innata para la alegría con nuestro diálogo interno incesante, nuestros intentos crónicos para evitar lo desagradable y de aferrarnos al placer. En lugar de alegría en el momento presente, tratamos de llegar a otro lugar, para experimentar algo que es mejor, diferente.

El gran escritor Francés, André Gide, dijo:
“Sepan que la alegría es más rara, más difícil y más bella que la tristeza. Una vez que hagas este importante descubrimiento, debes abrazar la alegría como una obligación moral.”

La alegría es una “obligación” porque es una expresión de nuestro potencial pleno. Solo si nos comprometemos a amar la vida, entramos plenamente en nuestra totalidad. Este compromiso significa que investigamos nuestras creencias limitantes acerca de nuestra propia bondad y valor. Significa que traemos conciencia plena a nuestros pensamientos discursivos y juicios. Y significa que desafiamos los valores de una cultura que está fijada en el crecimiento material, el consumismo, y la dominación de la naturaleza.

Hay una historia acerca de un joven monje que llega a un monasterio y es asignado para ayudar a otros monjes copiando los cánones y las leyes de la iglesia a mano. Se da cuenta que los monjes copian de copias. Va con el viejo abad para recalcar que si hubiera habido siquiera un pequeño error antes, nunca sería percibido. De hecho, el mismo continuaría en todas las copias posteriores. El abad dice, “Hemos copiado de copias por siglos, pero tienes tienes razón.” Entonces desciende a las bóvedas, en lo profundo de las cuevas debajo del monasterio donde los manuscritos originales han estado durante mucho tiempo, durante cientos de años. Las horas pasan. Nadie ve al viejo abad. Finalmente, el nuevo joven monje se preocupa mucho y baja las escaleras. Encuentra al viejo abad, golpeándose la cabeza contra la pared y llorando descontroladamente. Preocupado le pregunta, “Padre, padre, ¿qué sucede?” Y en una voz ahogada, el viejo abad responde, “La palabra era celebre! (no célibe).”

Cuando nos perdemos en conductas habituales –viviendo de acuerdo a las expectativas de otros, evitando riesgos, no cuestionando nuestras creencias- evitamos las oportunidades de celebrar la vida. La alegría sólo es posible si estás viviendo en tu cuerpo, con tus sentidos despiertos. Un entrenamiento que cultiva tu capacidad para la alegría es detenerte intencionalmente cuando tienes el mínimo brote de la sensación de “Ah… felicidad.” Cada vez que comienzas a sentir algún placer simple, a sentir algo que aprecias, detente. Se plenamente consciente de tu cuerpo, de la sensación y de estar vivo. Se consciente de tu corazón. Siente cómo es saborear plenamente la belleza de una hoja que cae, el calor de un abrazo, la tranquilidad al amanecer. No somos una cultura de saborear. Nos aferramos a nuestros placeres, pero no hacemos una pausa. No pasamos mucho tiempo con nuestros sentidos despiertos.

Observa qué sucede si te comprometes a amar la vida. Comienza por recordar hacer una pausa y saborear los placeres simples. Ten la intención de sostener suavemente las dificultades. Abre tu corazón a la vida de este momento y descubre que la alegría nunca está muy lejos.

© Tara Brach


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Traducción del inglés: Rare and Precious Joy 

jueves, 16 de enero de 2014

Desplegando las Alas de la Aceptación

Cuando nos vemos atrapados en el trance de no sentirnos válidos, no reconocemos claramente lo que está pasando dentro de nosotros, ni tampoco sentimos bondad hacia nosotros mismos. Nuestra auto-percepción está distorsionada y limitada, y nuestro corazón se siente endurecido hacia la vida. Al apoyarnos en la experiencia del momento presente—soltando nuestras historias y suavemente abrazando nuestro dolor o deseo—la Aceptación Radical empieza a desplegarse.

Las dos partes de la auténtica aceptación—ver claramente y abrazar nuestra experiencia con compasión—son tan interdependientes como las dos alas de un gran pájaro. Juntas, nos permiten volar y ser libres.

El ala de la visión clara se describe a menudo en la práctica budista como atención plena o mindfulness. Esta es la cualidad de conciencia que reconoce exactamente qué está ocurriendo en este momento. Cuando somos conscientes del miedo, nos damos cuenta de la velocidad con la cual tenemos pensamientos. Empezamos a notar que sentimos nuestro cuerpo rígido y tembloroso, el impulso a huir de nosotros mismos. La clave es reconocer todas estas experiencias sin tratar de manipularlas de ninguna manera, sin alejarnos sino observarlas con compasión.

La atención plena es incondicional y abierta. Nos permite estar con lo que surja, sea lo que sea, incluso si deseamos que el dolor se acabe o que podríamos estar hacienda otra cosa. Este deseo y este pensamiento se vuelven parte de lo que estamos aceptando. Como no estamos tratando de manipular nuestra experiencia, la atención plena nos permite ver la vida “tal como es. Este reconocimiento de la realidad de nuestra experiencia es intrínsico a la Aceptación Radical: No podemos aceptar honestamente una experiencia a menos que veamos claramente qué estamos aceptando.

La segunda ala de la Aceptación Radical, la compasión, es nuestra capacidad de relacionarnos de una manera tierna y comprensiva con lo que percibimos. En lugar de resistirnos a nuestras sensaciones de miedo o dolor, abrazamos nuestro dolor con la dulzura de una madre sosteniendo a su hijo. Más que juzgar o complacer nuestro deseo de atención, sexo o chocolate, vemos nuestro desespero con dulzura y cuidado. La compasión honra nuestra experiencia, nos permite tener una relación íntima, profunda, con la vida de este momento tal como es.

Las dos alas de la visión clara y de la compasión son inseparables; ambas son esenciales para liberarnos del trance. Las dos alas trabajan juntas, apoyándose mutuamente. Si somos rechazados por alguien que amamos, el trance de que “no valgo nada” o “no soy digno” puede atraparnos en un pensamiento obsesivo, culpando al que nos ha hecho daño, creyendo que nos dejaron plantados porque somos defectuosos. Puede que nos sintamos atrapados en una alternancia incansable entre una ira explosiva, un dolor desgarrador y vergüenza. Las dos alas de la Aceptación Radical nos liberan de este remolino de reacción. Nos ayudan a encontrar el equilibrio y la claridad que pueden ayudarnos a elegir que decimos o hacemos.

Si solo nos enfocáramos en el ala de la atención plena en nuestro proceso de Aceptación Radical, tendríamos una consciencia clara del dolor en nuestro corazón, del calor de la rabia en nuestra cara; podríamos ver claramente las historias que nos contamos a nosotros mismos- que somos una víctima, que siempre estaremos solos y sin amor.

Quizás también estaríamos agravando nuestro sufrimiento al enfadarnos con nosotros mismos por haber llegado a esta situación. Aquí es donde el ala de la compasión se une con la atención plena para crear una auténtica presencia sanadora. En lugar de rechazar o juzgar nuestra ira o nuestro abatimiento, la compasión nos permite estar presentes de manera suave y amable con nuestras heridas abiertas. De la misma manera, la atención plena equilibra la compasión. Si nuestra actitud de cuidado sentida desde el corazón empieza a convertirse en sentir lástima por uno mismo, dando lugar a otra historia- “lo hemos intentado con tanto esfuerzo pero no hemos conseguido lo que tanto queríamos” - la atención plena nos permite ver la trampa en la que estamos cayendo. Ambas alas juntas nos ayudan a permanecer en la experiencia del momento, tal como es.

Cuando hacemos esto, lo que empieza a suceder es que nos sentimos más libres, notamos que hay más de una opción, vemos con más claridad cómo queremos proceder. La Aceptación Radical nos ayuda a sanarnos y a continuar, libres de los hábitos inconscientes de autodesprecio y culpa.

Gradualmente, a medida que dejamos ir de  nuestras historias sobre “qué está mal con nosotros”, podemos empezar a sentir lo que realmente está ocurriendo con una atención clara y amable. Soltamos nuestros planes o fantasías y llegamos con las manos abiertas a la experiencia de este momento. Ya sea que sintamos placer o dolor, las alas de la aceptación nos permiten honrar y apreciar esta vida en constante cambio, tal como es.

Traducido de mi libro Radical Acceptance (2003)

© Tara Brach

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miércoles, 8 de enero de 2014

Un Gesto de Amabilidad

La próxima vez que te encuentres de mal humor o en un momento de auto-crítica, tómate un momento para detenerte y pregúntate a ti mismo, “¿Cuál es mi actitud hacia mí mismo ahora? ¿Me estoy juzgando? ¿Me estoy tratando con conciencia, afecto, y respeto?”

Normalmente, descubrirás que cuando te sientes ansioso, solo, o deprimido, también te estás criticando a ti mismo de alguna manera, y es esta corriente subconsciente, de sentirte deficiente o no merecedor, lo que te mantiene separado de tu propia vitalidad, así como de tu sentimiento de conexión con los demás.

El camino de sanación hacia el centro de tu ser, empieza con lo que yo llamo “un gesto de amabilidad.” Por ejemplo puedes poner tu mano en tu corazón—con calma y auto-compasión—y decirte: “Está bien, estoy aquí para apoyarte,”  “cuido de este sufrimiento,”  “lo siento y te amo”. A menudo, al reconocer que lo que nos sucede es parte de la vida y todo es pasajero podemos decir: “Esto, también.”

A veces, este gesto de amabilidad incluye decir “sí” a lo que sea que esté ocurriendo—el “sí” significa “Esto es lo que está ocurriendo, es como la vida es ahora mismo…está bien.” Aceptando el momento presente, nos detenemos tomando conciencia, para así poder actuar en vez de reaccionar.

Si realmente estás criticándote, también puedes decir: “Perdonado, perdonado.” No porque haya algo malo que perdonar, sino porque hay una auto-crítica de la cual hay que desprenderse.

Mientras te ofreces a ti mismo este gesto de amabilidad, toma algunos momentos para estar contigo mismo, para mantener tu propia compañía. Permite que surja a la superficie lo que requiera más atención, y siente que tú eres la presencia amorosa capaz de incluir y abrazar lo que está surgiendo.

Luego, mira si puedes ampliar tu atención, y date cuenta qué o quién más está presente en el espacio de tu corazón. Quizá ofrecerás intencionadamente un gesto de amabilidad a un amigo que lo está pasando mal, a un miembro de tu familia con una enfermedad, o a un adolescente sin confianza en si mismo. Es tan simple como decir en voz alta o mentalmente: “Espero que estés bien, que seas feliz, que la vida te llene de amor.”

A medida que continúes con la práctica de ofrecerte a ti mismo y a los demás este gesto de amabilidad, descubrirás que responder a la vida de esta manera se vuelve cada vez más espontánea y natural. De aquí un tiempo, la reconocerás como la expresión más auténtica de quien tú realmente eres.

© Tara Brach

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