Las
personas más felices que conozco tienen algo en común: encaran la vida de todo corazón,
ya sea que estén meditando, jugando o trabajando. Tienen la capacidad de dar de
si mismos completamente en el momento presente.
A muchos de
nosotros nos cuesta vivir la vida con este nivel de presencia. Aquí hay un
ejemplo:
Se regala: un pequeño gato de color anaranjado
acaramelado, seis meses de edad, juguetón,
amigable, ideal para una familia con niños o joven y guapo marido de 32 años,
llevadero, gracioso, con buen trabajo pero no le gustan los gatos. Él o el gato
se van. Llame a Jennifer y escoja uno de los dos.
¿Con cuánta
frecuencia vemos que nuestras relaciones, en vez vivirlas con una presencia de
amor, las afrontamos con la idea de cambiar a la otra persona o ser diferentes?
¿Cuán a menudo notamos que nuestras inseguridades no nos dejan ser espontáneos,
francos, o dar todo nuestro corazón? Piensa en una relación importante en tu
vida y pregúntate: ¿Qué se interpone entre mí y mi habilidad de estar completamente
presente con esta persona? Observa que pensamientos te vienen a la mente: el
miedo de no ser lo suficiente, el sentir de que no hay suficiente tiempo, el querer que las cosas sean de una cierta manera.
Este mismo
tipo de condicionamiento se ve reflejado en todos los aspectos de nuestras
vidas a tal punto que forma parte de la manera en la cual nuestros cerebros han
ido evolucionando. Para sentirnos al mando necesitamos controlar las cosas.
Tratamos de evadir las desilusiones y prevenir que las cosas nos salgan mal.
Si dejamos
que este condicionamiento dirija nuestras acciones, nos perdemos gran parte de
la vida. Carl Jung dijo: “Nada tiene mayor influencia sicológica, en nuestros
círculos sociales, especialmente sobre nuestros niños, que la vida no vivida de los padres.” La vida no vivida se va acumulando en aquellos
momentos en los cuales no vivimos de todo corazón, en los momentos en los
cuales estamos ocupados, yendo de prisa o tratando de no sentir o evadir
nuestros sentimientos. La vida no vivida también
es producto de las relaciones personales en las cuales no nos permitimos llegar
un nivel de intimidad en el cual reconocemos nuestras emociones. La vida no vivida es aquella pasión, sueño o
aventura que no seguimos. La vida no vivida ocurre como mecanismo de auto-protección
contra el sufrimiento pero termina llevándonos al mismo.
Lo que yo
me he dado cuenta, al conversar con otras personas, es que para poder vivir de
todo corazón uno necesita estar dispuesto a dejar de controlar. Al dejar ir de nuestra
manera típica de aferrarnos y protegernos nos liberamos a poder expresarnos con
vitalidad, creatividad y amor.
Si es que
experimentamos con la idea de dejar ir
del control, si nos proponemos a vivir de todo corazón, nuestro ser se
expande. De esta manera vamos descubriendo el cariño y curiosidad innatos que
nos llevan a entregarnos completamente al presente momento a momento. En vez
que correr a la meta final, escogemos, de todo corazón, estar aquí para nuestra
vida.
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