Cada semana, espero que estas simples palabras les ayuden a encontrar paz y felicidad. Ya sea que vayan enfrentando sus temores, alivien el estrés y la ansiedad o lleguen a un punto de aceptación radical de uno mismo,
les ofrezco un espacio en el cual puedan tomar una pausa, respirar profundamente y fortalecer corazón y alma.
Bendiciones,
Tara

miércoles, 22 de febrero de 2012

El misterio de quiénes somos




Cuando mi hijo estaba en una escuela Waldorf, alguien me contó una historia que me encantó.

Los niños estaban en clase de arte, sentados en varias mesas, trabajando en sus proyectos. Una niña estaba trabajando muy bien, enfocándose completamente en lo que tenía delante suyo. La profesora se acercó para ver qué hacía. Después de observar por un rato, le preguntó qué estaba dibujando.

Con mucha confianza, la niña dijo, “Estoy dibujando a Dios.”

La profesora se rió y dijo, “Pero cariño, nadie sabe cómo se ve Dios.”
Sin ningún titubeo y sin levantar la cabeza, la niña respondió, “¡Se sabrá en un momento!”

Esta historia me hizo pensar. ¿Qué nos pasó?  ¿Dónde se fue nuestro espíritu?  El estado salvaje de Dios, del espíritu, como dice el escritor John O’Donahue. Es como si se nos olvida o nos desconectamos de la espontaneidad y el ánimo que expresa la esencia de nuestro espíritu. 

Probablemente la pregunta más profunda en cualquier tradición espiritual es: ¿Quién soy? Si miramos más allá que los papeles que hacemos y las imágenes que nuestra cultura nos da, más allá que las ideas que interiorizamos por nuestra familia, ¿Quién está aquí de verdad? ¿Quién está leyendo ahora? ¿Quién está mirando todo por estos ojos? ¿Quién es el que escucha los sonidos que están alrededor mío?  

El Buddha dice que sufrimos porque no sabemos quiénes somos. Se nos ha olvidado quiénes somos. Sufrimos porque nos identificamos con un ser ilusorio que es mucho más estrecho que la verdad, mucho menos que la totalidad de quiénes somos. Muy a menudo nos limitamos a los papeles que nos tocan vivir, ser padres, ayudantes, jefes, pacientes, víctimas, jueces. Resulta que nos enganchamos a nuestra apariencia, nuestro cuerpo. Nos aferramos fácilmente a nuestra personalidad, nuestra inteligencia. Nombramos y contamos nuestros logros. Todo esto forma nuestra identidad, quién creamos que somos. Y la verdad es que esta mezcla, esta constelación, es mucho más pequeña que la verdad. No incluye toda la presencia y todo el amor que está aquí. La esencia sagrada dentro de nosotros es mucho más grande.
Mi amigo, un pastor, me contaba acerca de una reunión interreligiosa que empezó con la siguiente pregunta: ¿De qué manera debemos referirnos al Espíritu o la Divinidad? ¿Qué nombre debemos ponerle? Enseguida alguien preguntó:
 “¿Deberíamos llamarle Dios?”
“De ninguna manera,” responde una mujer que era Wiccan. “¿Qué tal Diosa?” ella dice.
“Uf, responde un pastor de denominación bautista. Él propone, “Espíritu divino.”
“No,” declara rotundamente un ateo.
La discusión sigue así por un rato más. Al final, un indígena norteamericano propone llamarle el gran misterio, y todos se ponen de acuerdo. Estaban de acuerdo porque al llamarlo así no importaban los conceptos de sus religiones. Todos podrían reconocer que lo divino, lo sagrado es un misterio.
Cuando vamos por la vida dándonos cuenta que pertenecemos a este gran misterio, y que este misterio vive dentro de nosotros y fluye por nuestros cuerpos, ocurre un despertar en nuestra alma que nos otorga libertad y vida nueva.


Más información disponible en: http://www.tarabrach.com/audiodharma-Spanish.html

domingo, 5 de febrero de 2012

No importa lo que pase…lo más importante es cómo respondemos

Una de mis historias preferidas cuenta lo que pasaba hacía décadas cuando los ingleses colonizaban la India. Querían hacer un campo de golf en Calcuta. Aparte del hecho de que los ingleses no deberían haber estado allí, en Calcuta, el campo de golf no era buena idea. Un gran desafío del proyecto era que muchos monos vivían por la zona.
Resulta que los monos también querían “jugar” al golf, y para mostrar su interés en cada jugada, entraban en el campo y tiraban las pelotas por todos lados. ¡Qué molestia para los golfistas! Como era de esperarse, intentaron controlar a los monos. Primero, con mucho tiempo y energía, construyeron vallas altas que rodeaban el campo. Los monos, muy hábiles, escalaban y podían entrar en el campo de todas maneras. Las vallas no eran una solución. Luego, intentaron distraerles. Yo no sé cómo — a lo mejor su solución era darles plátanos — pero por cada mono que seguía los plátanos, otros dos se le unían. Más y más monos terminaron entrando en el campo para pasarla bien y compartir en la merienda.  Desesperados, los golfistas decidieron atraparlos para llevarlos a otro sitio, pero ese plan tampoco les funcionó. Por cada mono que atrapaban, aparecían más familiares aficionados a jugar con las pelotas de golf. La solución final fue establecer la siguiente regla: En este campo de golf  de Calcuta, todos los golfistas tienen que seguir jugando donde sea que el mono deje la pelota.

                         Sí, ¡esos golfistas llegaron a una solución!
  
Todos queremos que la vida sea de cierta manera, y claro que la vida no siempre se cumple según nuestros deseos. A lo mejor, la vida sí está yendo de acuerdo a nuestros planes por un tiempo. Este aparente control hace que pensemos que siempre será así y terminamos aferrándonos a los momentos en los cuales todo va bien. Sin embargo, todo cambia. Nada es permanente. A veces pareciera  como si los monos nos están dejando las pelotas de golf exactamente dónde no las queremos. ¿Qué podemos hacer?

A menudo, cuando algo no sale como esperamos, es común echar la culpa a nosotros mismos o a los demás. Puede ser que nuestra manera de reaccionar sea que nos pongamos agresivos. O es posible que nos sintamos victimizados, cómo si el único recurso a nuestra disposición es rendirnos. A veces, para tranquilizarnos usamos la comida y la bebida como sedantes. Pero, lo que está claro es que todas estas reacciones no nos ayudan de verdad.

¿Cuál es la verdadera solución? Si vamos a encontrar paz y libertad, nos  hace falta hacer una pausa y decir, “Bueno. Los monos han dejado la pelota aquí. Jugaré desde aquí, tan bien como pueda.”

 ¿Cómo lo hacemos?

¿Qué pasa si hacemos una pausa y nos conectamos con la presencia interior?  Si pensamos en una situación en la vida en que todo no va según nuestro plan — en la cual los monos han dejado la pelota donde menos nos esperamos. Puede que sea en una relación que nos pone nerviosos o alguna inseguridad.  ¿Qué tenemos que hacer para “continuar el juego de donde sea que haya caído la pelota”?   Si pudiéramos acceder a nuestra sabiduría, nuestra compasión, ¿cómo responderíamos a estas circunstancias?
Una de las grandes lecciones relacionadas con la vida espiritual es: no importa lo que pase en la vida. Lo que importa es cómo respondemos a lo que está delante nuestro. La manera en que respondemos determina nuestro estado de felicidad y alegría. Determina nuestra tranquilidad personal.

¿Qué pasaría en el juego de la vida, cuando un mono nos mueve la pelota al sitio menos esperado, si en vez de reaccionar, tomamos una pausa y respondemos con presencia?