Cada semana, espero que estas simples palabras les ayuden a encontrar paz y felicidad. Ya sea que vayan enfrentando sus temores, alivien el estrés y la ansiedad o lleguen a un punto de aceptación radical de uno mismo,
les ofrezco un espacio en el cual puedan tomar una pausa, respirar profundamente y fortalecer corazón y alma.
Bendiciones,
Tara

jueves, 15 de mayo de 2014

Orando con Presencia Parte I

Foto cortesía de Paul Bica
En momentos de desesperación, no importa lo que creamos, todos pedimos ayuda a alguien o algo en forma de oración. Quizás lo hacemos buscando alivio de una migraña, para ser elegidos en una posición laboral, o quizás rezamos para encontrar la sabiduría necesaria para guiar a nuestro hijo en tiempos difíciles.  Tal vez solamente susurramos, “por favor, por favor,” y sentimos que le estamos pidiendo  ayuda al “universo.” Cuando nos sentimos desconectados y tenemos miedo, anhelamos el confort y la paz que viene de saber que pertenecemos a algo más grande y más poderoso.  Sin embargo, ¿exactamente a quién le estamos orando?

Yo crecí en la Iglesia Unitaria, y recuerdo como solíamos hacer chistes y nos preguntábamos a quién teníamos que dirigir nuestras oraciones, quizás “A quien corresponda.” Los que seguimos el camino del Buda tal vez deberíamos hacernos  la misma pregunta. Aquellos que estudian el Budismo por lo general relacionan la acción de orar con los cristianos y otras religiones cuyo centro es Dios.  Implorar a alguien o algo más grande que nuestro pequeño y temeroso ser parece reforzar la noción de un ser separado y que desea pedir. Sin embargo, mientras que la oración sugiere un dualismo entre el yo y otro. En mi experiencia, el hecho de habitar plenamente nuestro deseo, nos puede llevar a una tierna y piadosa  presencia, que resulta ser nuestra propia naturaleza iluminada.   

Hace unos años yo tuve una decepción amorosa. Me había enamorado de un hombre que vivía a 2000 millas de distancia, al otro lado del país. A raíz de las diferencias que existían con respecto al tipo de familia que queríamos tener y donde queríamos vivir, decidimos terminar la relación. La pérdida fue devastadora. Por varias semanas yo vivía obsesionada con él; lloraba y sentía una tremenda pena. Dejé de escuchar la radio porque las canciones de rock me llevaban a las lágrimas. Evitaba las películas románticas. Casi ni hablaba con mis amigos sobre él porque con el solo hecho de decir su nombre en voz alta, la herida volvía a abrirse.  

Acepté el proceso de duelo el primer mes pero, a medida que pasaba el tiempo,  me comencé a sentir avergonzada de tener un sentimiento de desolación tan grande y dominante. Además, sentía que había algo malo en sentirme tan destruida. El seguía con su vida, salía con otras mujeres. ¿Por qué yo no podía hacer lo mismo?  Intenté  despertarme de las historias que yo había creado. Traté conscientemente de dejar que el dolor pasara, pero yo permanecía prisionera de sentimientos de anhelo y pérdida. Me sentía más insoportablemente sola de lo que nunca me había sentido.

En el cuarto donde yo practico meditación, tengo una pintura de un pergamino tibetano (llamado thanka) de la bodhisattva de compasión.  Conocida como Tara en el Tíbet y Kwan Yin en China, ella es la encarnación de la curación y la compasión.  Se dice que Kwan Yin oye los gemidos de este mundo que sufre y responde con un corazón tembloroso. Una mañana, después de un mes de mi colapso emocional, al sentarme en frente del thanka , comencé a orar al Kwan Yin.  Me sentí aplastada e inútil. Las palabras de Rilke resonaban en mi cabeza profundamente:
“Deseo con todo mi corazón que me sostengas en las grandes manos de tu corazón. Oh deja que me lleven ahora. En ellas deposito estos fragmentos, mi vida……..”
Yo quería ser sostenida por el abrazo compasivo de Kwan Yin.

Por unos días le oré a Kwan Yin y realmente encontré algo de confort al sentir su presencia. Pero una mañana llegué a mi límite. ¿Qué estaba yo haciendo?  Mi continuo ritual de sentir dolor y orar y llorar y detestar mi sufrimiento no me estaba conduciendo a una curación.  De repente, Kwan Yin me pareció una idea que yo había creado para encontrar alivio. Y aun así, sin tenerla a ella como un refugio, me encontraba sin nadie a quien acudir, nada en que sostenerme, sin salida de este pozo vacío de dolor. Lo que era más intolerable era que el sufrimiento parecía interminable y sin propósito alguno. 
Aunque parecía otra noción idealista, recordé que a veces, en mi práctica budista, yo había experimentado con el sufrimiento como la puerta al despertar de mi corazón. Recordé que cuando yo había permanecido presente con el dolor en el pasado, sin duda algo había cambiado. Me encontraba más abierta a una conciencia plena y bondadosa.  Es entonces que me di cuenta de que necesitaba dejar de luchar contra mi pena y mi  soledad, sin importarme lo horrible que me estaba sintiendo o por cuánto tiempo más iba a continuar. Solo al experimentar el dolor plenamente podría entregarle “estos fragmentos de mi vida” a la infinita compasión de Kwan Yin. 

Recordé la aspiración del bodhisattva: “Que este sufrimiento sirva para despertar compasión” y comencé a susurrarlo con mi voz interior. Al repetir esa oración una y otra vez, podía sentir que mi voz interior perdía desesperación, era más sincera.  Yo oraba no por alivio, sino por la curación y la libertad que naturalmente aparece cuando nos abrimos a los lugares heridos y rotos dentro de nosotros. Fue en el momento en que me dejé penetrar en oración a esa profundidad de sufrimiento que el cambio comenzó.


Ahora yo apenas podía tolerar el intenso dolor de la separación. No anhelaba una persona en particular, lo que anhelaba era el amor. Deseaba pertenecer a algo más grande que mi soledad. Cuanto más podía sentir el vacío que me carcomía, en vez de resistirlo o luchar contra él, más profundamente me abría a mi deseo de mi amado. Al estar inmersa en ese deseo, la dulce presencia de la compasión se manifestó.  En forma muy clara pude percibir a Kwan Yin como un campo radiante de compasión  abrigando mi ser herido y vulnerable. Al entregarme a su presencia, mi cuerpo comenzó a llenarse de luz. Yo vibraba con un amor que cubría el mundo entero – cubría  mi respiración, el cantar de los pájaros, la humedad de las lágrimas y el cielo infinito. Disolviéndome en esa cálida y brillante inmensidad, yo ya no sentía ninguna distinción entre mi corazón y el corazón de Kwan Yin. Lo único que restaba era una enorme ternura  con un tinte de tristeza. El Ser Amado compasivo al que había estado buscando  “afuera” era en realidad mi propio ser iluminado.

© Tara Brach

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Traducción del inglés Praying From Presence Part I