Cada semana, espero que estas simples palabras les ayuden a encontrar paz y felicidad. Ya sea que vayan enfrentando sus temores, alivien el estrés y la ansiedad o lleguen a un punto de aceptación radical de uno mismo,
les ofrezco un espacio en el cual puedan tomar una pausa, respirar profundamente y fortalecer corazón y alma.
Bendiciones,
Tara

martes, 25 de febrero de 2014

Quitando las manos de los controles

Foto cortesía de Kalliope Kokolis

Como organismos vivos preocupados por nuestra supervivencia, estamos naturalmente equipados para manejar nuestras vidas con el objetivo de crear más placer y menos dolor para nosotros mismos. Sin embargo, muchas cosas están completamente fuera de nuestro control – el envejecimiento, la enfermedad, la muerte, personas que mueren, otras personas que actúan de manera que no nos gusta, nuestros propios estados de ánimo y nuestras emociones… todo está fuera de nuestras manos.

Aun así, cuando este hábito automático de controlar se hace cargo, cuando toda nuestra identidad está en  el personaje del Controlador, estamos alejados de las cualidades de presencia, frescura, y espontaneidad; perdemos la capacidad de responder desde un lugar más sabio y compasivo.

Puedes haber notado esto en tu propia vida. Por ejemplo, cuando estás con otra persona y te estás sintiendo ansioso, observa al Controlador en ti que está tratando de ser experimentado de determinada manera. Puedes notar que cuanto más inseguro te sientes, más entra en acción el Controlador.

Todos tenemos nuestra manera diferente de convertirnos en el Controlador. A veces tratamos de controlar enmarcando o presentando las cosas de una cierta manera para provocar una determinada respuesta. Algunos de nosotros controlamos retirándonos. Por ejemplo, podemos encontrarnos a nosotros mismos pensando, “Ok, si me vas a tratar de esta manera, entonces me voy a retirar.”

Otra manera en que controlamos es por retrayéndonos en nosotros mismos, cerrándonos. Un entrenador de fútbol habla acerca del intercambio con un ex-jugador: “Le dije, ¿Qué pasa contigo? ¿Es ignorancia o apatía?” El jugador dijo, “Entrenador, no sé, y no me importa.”

También tratamos de controlar preocupándonos. Es completamente ineficaz, pero es lo que hacemos. Nos preocupamos y nos obsesionamos, pensamos y planificamos.

Sin embargo querer controlar las cosas es una parte natural de nuestra biología. La pregunta es: ¿lo hacemos de una manera que causa que nuestra identidad esté completamente envuelta en ello? A menudo, cuando tratamos de controlar todo, tendemos a encerrarnos en una experiencia de nosotros mismos como un ser apretado, egoísta, y perdemos la visión de quiénes somos realmente.

En su libro Lo que hay que tener / Elegidos para la gloria, Tom Wolfe describe cómo, en la década de 1950, unos pocos pilotos altamente entrenados estaban intentando volar a altitudes mayores a las que jamás se habían logrado. Los primeros pilotos para enfrentar este desafío respondieron frenéticamente tratando de estabilizar sus aviones cuando perdían control. Podían aplicar corrección tras corrección; sin embargo, como estaban fuera de la atmósfera terrestre, las reglas de la termodinámica ya no se aplicaban, entonces los aviones simplemente se volvían locos. Cuanto más furiosamente manipulaban los controles, más salvajes eran los recorridos. Gritando impotentes a la torre de control, “¿Qué hago ahora?” los pilotos se sumergían en su muerte.

Este drama trágico ocurrió varias veces hasta que uno de los pilotos, Chuck Yeager, inadvertidamente se topó con una solución. Cuando el avión empezó a caer, Yeager fue lanzado violentamente dentro de la cabina y se desmayó. Inconscientemente, se precipitó a tierra. Siete millas después, el avión reingresó a la densa atmósfera del planeta donde las estrategias estándares de navegación se podían implementar. Estabilizó el avión y aterrizó. Al hacerlo, había descubierto la única respuesta posible para salvar vidas en esta situación desesperada: no hagas nada. Quita las manos de los controles.

Es exactamente lo mismo con nosotros. Como escribió Wolfe, “Es la única solución que tenía. Quitar las manos de los controles.”

Con suerte, puedes evitar estar inconsciente para descubrir esta verdad! Lo que puedes hacer es empezar a notar cada vez que de alguna manera te has convertido en el Controlador, y simplemente hacer una pausa, observar qué está sucediendo, y preguntarte, “¿Cómo es esto?” ¿Cómo se siente mi cuerpo? ¿Mi corazón? ¿Cómo está mi mente? ¿Hay algún espacio? ¿Me gusto a mí mismo cuando me identifico como el Controlador?”

Esta pausa ofrece la posibilidad de una nueva elección. Te puedes preguntar, “¿Qué pasaría si sólo saco mis manos del control un poco? ¿Qué pasaría si simplemente prestara atención al momento presente, a la experiencia de estar aquí y ahora?”

Mientras lentamente comienzas a sacar las manos de los controles, es importante tener compasión a lo que sea que surja, ya que, detrás de la acción de controlar a menudo está la ansiedad, el miedo, y a veces hasta pánico. Puede incluso ayudar llevarte una mano al corazón, respirar con ella, y sentir que su contacto está ofreciendo un acto de bondad y amor a esa inseguridad.

La próxima vez que te encuentres de alguna manera tratando desesperadamente de aterrizar a salvo, tu compasión puede ser lo que finalmente te brinde el coraje necesario para soltar los controles. Al hacerlo, puedes descubrir que cada vez que   sueltas los controles, se vuelve más y más fácil volver a entrar en la atmósfera de tu propia vitalidad. Gradualmente llegarás a casa al flujo de tu propia presencia viviente, al calor y al espacio de tu corazón despierto.

© Tara Brach

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Traducción del inglés: Taking Your Hands Off the Controls




jueves, 6 de febrero de 2014

Un Regalo para el Alma: El Espacio de Presencia

Para muchos de nosotros esta es una temporada donde se siente que vamos más y más rápido. Todo es una carrera, con semestres escolares, terminando compromisos de trabajo, entrando en las fiestas; las corrientes de la vida están a toda velocidad.
Dada la época del año, un alumno entró en un período de estrés intenso resultante de un ciclo de clases, estudiar, trabajar y poco sueño. No se dio cuenta de cuánto tiempo había olvidado escribir a casa hasta que recibió la siguiente nota:
Querido hijo, Tu madre y yo disfrutamos tu última carta. Por supuesto, éramos mucho más jóvenes entonces y más impresionables. Amor, Papá
Como sabes, no son sólo los estudiantes. Hace unos meses, una amiga describió  este estado de ajetreo mientras se preparaba para trataba de llevar a su hija al colegio. Ella estaba ocupada arreglando preparando las cosas mientras su hija trataba de mostrarle algo. Cada vez que su hija la llamaba ella decía, “Sólo espera un momento. Estaré allí en un segundo.” Después de varias rondas de esto, la pequeña de cuatro años salió de su habitación cansada de esperar. Le dijo a su madre, con las manos en las caderas:
“¿Por qué siempre estás tan ocupada? ¿Cómo te llamas? ¿Presidente O´mama o algo así?”
Junto con la velocidad tenemos la sensación de que no hay suficiente tiempo. Es interesante observar con qué frecuencia vivimos con esa percepción. Generalmente se acompaña de una pizca de ansiedad: “No voy a estar preparado,” y una cadena de inseguridades. “Hay algo a la vuelta de la esquina que no voy  a poder resolver va a ser demasiado,” “Voy a quedarme corto,” “No voy a poder hacer algo crítico.” Hay una sensación de estar en camino a otro lugar y lo de este momento no es importante y no lo que está aquí y ahora. Estamos tratando de llegar a un momento en el futuro cuando finalmente hayamos hecho todo en nuestra lista de tareas y podamos descansar. Mientras esta sea nuestra costumbre, estaremos en una carrera perpetua hacia el final de nuestra vida. Estamos rozando la superficie, incapaces de arribar a nuestra vida.
Thomas Merton describe el apuro y la presión de la vida moderna como una forma de violencia contemporánea. Dice:
“…rendirse a demasiadas exigencias, a demasiadas preocupaciones, es sucumbir a la violencia.”
Cuando nos apresuramos, violamos nuestros propios ritmos naturales de una manera que no nos permite escuchar nuestra vida interior y estar en un campo de resonancia con otros. Nos volvemos tensos. Nos achicamos. Anulamos nuestra capacidad de apreciar la belleza, de celebrar, de servir a otros desde el corazón.

Nuestra práctica de meditación de atención plena nos ofrece la oportunidad de hacer una pausa y redescubrir el espacio de presencia. Cuando dejamos de apresurarnos para llegar al futuro y nos abrimos a lo que está aquí, vamos a notar un cambio radical en nuestra experiencia de estar vivos. A medida que tocamos este espacio del aquí y ahora accedemos a una sabiduría, a un amor y a una creatividad que no están disponibles cuando estamos en camino a otro lugar. Nos sentimos en nuestra íntima morada, en nuestra vitalidad y nuestro espíritu.
© Tara Brach

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